La Promo del 71 - Crónica I y II

La euforia del reencuentro


CRÓNICA II – EL DIPLOMA
No saben la conmoción que se generó en mi casa cuando llegué del colegio cargando en mi maletín uno de esos pequeños diplomas que los curas entregaban cada quincena, en formatito sencillo y de color rosado, impreso en los talleres del Politécnico en tamaño de media página, y no con honor al mérito, como pudieran imaginar, sino como 4to puesto en aprovechamiento. Fue el único diploma que recibí en toda mi vida escolar y los repartían cuando estábamos formados después del recreo ante todos, y veía a los ya conocidos desfilar ante el llamado del cura de turno, uno a uno, siempre los mismos, Falconí Rodolfo, Lizárraga Hugo, Chuquipiondo Enrique, esto parecía un monopolio, Chinchilla Luis, Ramirez Antonio, y la lista continuaba con los mismos nombres, Espinoza, Tizón, otra vez Falconí, Ramírez, Matumay, ¿qué harán con tanto diploma? no lo sé, pero en casa fue tal el remesón, que mi viejo acostumbrado a acumular los diplomas, medallas, bandas de honor que todos los meses le llevaba mi hermana, - ¡no te sonrías, sin cachita! – había dedicado la puerta interior de su ropero para colgar y pegar los premios de Rina, de tal manera que, cuando abría la puerta las medallas trinaban como cascabel, el olor a cola blanca invadía su cuarto, ya no se sabía de qué color era la madera toda pegoteada con cartulinas de todos los colores - ¡qué mal que me caías! - y  todas con el nombre de mi hermana repetido de arriba abajo y de izquierda a derecha - ¡ aprende carajo ¡ - hasta que aparecí con mi diplomita; fue cuando mi viejo me miró, luego leyó el diploma, me volvió a mirar con unos ojos casi fuera de sus órbitas, volvió a leerlo, otra vez me apuntó con su mirada, esta vez con una sonrisa a todo rostro – ¡ esto hay que ponerlo en el ropero ! – y subió raudo a su cuarto, abrió la puerta, la hoja izquierda tenía un espejo en el cual se reflejaban los premios de mi hermana pegados en la puerta del frente, sacó su caja de herramientas, comenzó a desencajar el espejo, lo puso con mucho cuidado a un costado, luego bajó al depósito de herramientas y subió con su tarro de cola blanca para untar la cartulina del diploma – con mucho cuidado, hijo, para que no se moje la carátula – avanzó hacia el espacio que antes ocupaba el espejo, se empinó, busco el sitio adecuado, lo acercó a la punta superior izquierda de la puerta – ¡así empecé con los premios de tu hermana! – lo vio, suspiró, se alejó un poco para observarlo, nuevamente se acercó - ¿porqué no lo pones en un marquito para mi cuarto? – se volteó a mirarme de una manera tan penetrante que opté por callarme, luego se volvió a concentrar en su trabajo, y al final dijo - ¡no!- y decidió pegarlo al centro de la puerta. El diplomita se veía desolado en medio de ese color desierto de la madera, chiquito, pero dominando todo el espacio por su color y su exclusividad, y muy tímido ante  todos los cuadros de honor, bandas – ¡algún día las botaré! – y medallas que tenía al frente; y así en las siguientes quincenas, nuevamente los Falconí, Lizárraga, Espinoza - ¡qué mal me caen estos pendejos! – seguían acumulando diplomas, y yo, siempre esperando que me llamen - ¡ no me hables carajo! – y mi diplomita, continuaba desolado en el ropero mientras crecían las cartulinas del frente; cada mes que pasaba cambiaba de color, primero fue el rosado intenso, luego se convirtió en un rosado claro Vamos Boys, como le decía mi viejo, pasó al amarillo indefinido, luego al amarillo pálido, verde claro, casi marrón y después plomo; hasta que por fin, cambiamos de local dejando atrás nuestras viejas aulas para ocupar la nueva sede del colegio en la Avenida Brasil - ¡assuuu, que grandes los patios! – decía Chinchilla, - ¡y a mí que mi importa¡ - y esa primera quincena en colegio nuevo, ya no hubo diplomitas, ni en los años siguientes. - ¡ajá! - a ver pues, Chicho, Kiko, Hugo, ¿ya no tienen nada que llevar a la casa todas las quincenas? - ¿y ahora, que le digo a mi viejo que sigue esperando mis diplomas para cubrir toda la puerta de su ropero que me asignó? -  mientras que por toda la casa, mi hermana Rina me seguía mirando con esa misma sonrisa socarrona. - ¡carajo, cómo nos jodían la vida los curas! -
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Colegio Salesiano de Lima - Promoción 1971
Reunión por los 39 años de ex-alumnos


CRÓNICA I – EL INICIO

 Me hace acordar al Hughino de hace muchos años - casi 48 - jugando en la cancha del oratorio, esa de tierra al costado del teatrín, cuando estábamos en el colegio antiguo y nos enfrentábamos todos contra todos en varios partidos simultáneos en la misma cancha; con el flaco Macayo en el arco y el chato Preciado con sus botas marrones peleándose con Rubio (aquel de orejas grandes) por patear un penal; y el chino Pum Sam Song (alto desgarbado y picón), le mentaba la madre a Daniel Adolfo Tenorio Sancho Dávila Guillén Luis Fernando Augusto Etc., por fallar un gol cantado, ! ya vez, por come bola, le dijo, si el zambo Medina estaba solito!,  y el chato Saavedra que nunca dejaba de hablar, trataba de narrar el partido como lo hacía Pocho Rospigliosi, porque lo hago igualito, decía; y Moreno se alisaba las cejas antes de aprender a depilárselas, delante de Vásquez, Pinto, Falconí y el cejón Montoya cuando aún no era arquero, todos preocupados por saber ¿y ahora qué profesor nos tocará?, mientras miraban de reojo al padre Kimeskan que se acercaba con la campana en la mano, listo para hacernos formar, interrumpiendo a Frías que enarbolaba su lápiz Mongol y plasmaba con hábiles trazos en una hoja blanca semi arrugada de su cuaderno Loro, el perfil del cabezón Espinoza, que no estaba distraído sino aprendiéndose de memoria las páginas 45 a la 52 del catecismo para ganar el concurso de memorización, porque es fácil y ya me falta poco, vas a ver, y el padre Pum me dará mis caramelos Monterrey de premio y no te voy a convidar Javicho, porque tú nunca me convidas, ni a ti tampoco Villaizán (cuando todavía no era señora), porque me sacaste la lengua ayer mientras te trompeabas con Santillana que le había pegado al gordito Soto porque le ganó la bolita lechera que le robaste a Matumay cuando te invitó a tomar lonche en su casa en el barrio de la calle Don Bosco cerca a la casa de Chuqui y el Flaco Villavicencio, al costado de ese terrenazo donde se construía no sabíamos qué, ese que esta al costado del Colegio María Auxiliadora, y en cuya esquina siempre estaba el truquero al que le compraba figuritas para mi álbum Naturama que cambiaba con Del Mar y el entonces Chato Cuadros, siempre pulcro y bien peinadito, que sólo compraba los juegos que le recomendaba Oscar Markoch, rival incondicional del loco Farje en ver ¿quién tenía más caracoles?, porque yo tengo más que tú ¿ya?. sino pregúntale a Chinchilla que ahí viene junto con Angulo porque son casi vecinos, quienes no le hablan a López desde que los acusó con el profesor León por no tener las zapatillas amarradas durante la clase de educación física, ¿te acuerdas Uribe?, !como que no!, si es tu barrio también, incluso, Arredondo se apuró en esconderse detrás del Chino Kamichi para que no lo vean y lo castiguen como a Vargas Nakashima que le hicieron dar 4 vueltas a la cancha de futbol y terminó rendido, menos mal que no le tocó hacer ranas como a Tello, que casi pierde la cabeza de tanto porrazo que se daba contra el suelo y ahora no sabe si podrá venir en la noche al colegio para la procesión, entonces mejor nos vamos a casa, Luna, para cambiarnos y estar a las seis en el patio, y si quieres nos damos una gorreadita en tranvía y me cuentas cómo es que el flaco Davey logró estar entre los veleros que acompañarán a la virgen.


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